No quería Zoug un poco de agua? —señaló Ayla, alzando prudentemente la mirada al
sentir el golpecito en su hombro—. Esta muchacha estuvo en el manantial y vio al cazador
trabajando bajo el ardiente sol. La muchacha pensó que el cazador tal vez tuviera sed; no
tenía ánimos de interrumpir —expresó con la seriedad debida al dirigirse a un cazador.
Presentó una taza de corteza de abedul y sostuvo la fresca y chorreante bolsa de agua hecha
con el estómago de una cabra montés.De vez en cuando Zoug lanzaba una mirada a la muchacha que
estaba sentada junto a él. Estaba silenciosa, aplicada a su trabajo. “Mog-ur la ha adiestrado
bien”, pensó. No se fijó en que ella lo estaba observando con el rabillo del ojo mientras él
estiraba, tendía y raspaba la piel húmeda.Una vez que Ayla se confeccionó una honda nueva con los restos de cuero de Zoug, para
sustituir la vieja que finalmente se había acabado, decidió buscar un lugar donde practicar
lejos de la cueva. Siempre tenía miedo de que alguien la sorprendiera. Echó a andar río
arriba, siguiendo la ribera, y luego empezó a subir por el monte siguiendo un arroyo que
desembocaba en el río que pasaba junto a la cueva, abriéndose paso entre la maleza.Iza se preocupaba por ella, y cuando un día de brillante sol apareció después de
otro de lluvia helada, decidió que era el momento de dar un poco de respiro a Ayla antes de
que el invierno se cerrara del todo sobre ellos.No solo los felinos grandes y
las manadas de lobos o las hienas arrebataban algún animal a los cazadores, sino que las
hienas en acecho o los glotones furtivos estaban siempre alrededor de la carne que se estaba
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